Como protestantes o quizás más como evangélicos, siempre hemos escuchado y afirmado que «no somos salvos por obras», sino por gracia. Esta afirmación es resultado del trabajo de los reformadores a través de la historia y es la que nos ayuda a comunicar el Evangelio a otros. Sin embargo, aunque damos un sí intelectual a esta afirmación, en la práctica nuestra cultura evangélica no ha dejado de buscar la justificación a través de las obras y la perfección moral.
Una gran prueba de ello es la imagen que ilustra este artículo. Hemos leído y escuchado esto en todas las iteraciones posibles y quizás alguien la usó para llamarnos la atención o nosotros la usamos para llamar la atención a alguien. Nuestra cultura la usa también como parte de su ataque y expresión de desconfianza hacia los evangélicos. Gracias a la exposición mediática de un tipo particular de evangelicalismo, hemos creado a nuestro alrededor un aura de ser santurrones hipócritas que solo se la pasan en la iglesia pero que no traducen su fe en hechos concretos al mundo.
Hemos mordido el anzuelo y caído en la trampa del moralismo. El moralismo es una distorsión del Evangelio que nos atrae por la oferta de la gracia incondicional de Dios pero una vez «aceptamos», se nos entrega una lista principalmente de prohibiciones y de obligaciones de lo que, de acuerdo a la iglesia donde vayamos, significa ser un «buen» cristiano. El proceso que antes era de discipulado (la instrucción en la doctrina, la fe y el acompañamiento a través de los distintos procesos de vida que cada uno de nosotros atraviesa), ahora se convierte en uno donde se deben cumplir las normas comunitarias -muchas no prescritas en la Biblia y que reflejan las preferencias personales del liderazgo- que pasan a definir nuestra posición (y acceso a determinados «privilegios») dentro de la comunidad.
Hemos tomado versículos como Santiago 2:14-25 y hemos exigido sólo las buenas obras, sin recordar la fe que debe anteceder esas obras y que debe ser correctamente formada, instruida y cultivada bajo la dirección del Espíritu Santo, dentro de la comunidad de la iglesia. Recordemos que aún las buenas obras que podamos hacer son un regalo de la gracia de Dios:
Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios. La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo. Pues somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás. (Efesios 2:8-10, NTV)
Hemos tomado las historias de la Biblia y hemos caído en el error de aislarlas en silos separados del hilo conductor del Evangelio y su culminación y cumplimiento completo en Jesús. No olvidemos la exhortación del autor de Hebreos:
«El punto principal es el siguiente: tenemos un Sumo Sacerdote quien se sentó en el lugar de honor, a la derecha del trono del Dios majestuoso en el cielo. Allí sirve como ministro en el tabernáculo del cielo, el verdadero lugar de adoración construido por el Señor y no por manos humanas.Ya que es deber de todo sumo sacerdote presentar ofrendas y sacrificios, nuestro Sumo Sacerdote también tiene que presentar una ofrenda. 4Si estuviera aquí en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, porque ya hay sacerdotes que presentan las ofrendas que exige la ley. Ellos sirven dentro de un sistema de adoración que es solo una copia, una sombra del verdadero, que está en el cielo. Pues cuando Moisés estaba por construir el tabernáculo, Dios le advirtió lo siguiente: «Asegúrate de hacer todo según el modelo que te mostré aquí en la montaña»Pero ahora a Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, se le ha dado un ministerio que es muy superior al sacerdocio antiguo porque él es mediador a nuestro favor de un mejor pacto con Dios basado en promesas mejores.Si el primer pacto no hubiera tenido defectos, no habría sido necesario reemplazarlo con un segundo pacto.» (Hebreos 8:1-7, NTV)
Pienso que la trampa es creernos «mejores» y «no tan pecadores» que otros, de manera que justificamos nuestros «defectos de carácter», en lugar de reconocerlos como pecados.
Entonces, ya autojustificados no recurrimos a la gracia redentora de Cristo.
Gracias a Dios que aunque seamos infieles, El permanece fiel. 1 Timoteo 2:13
Me gustaMe gusta